Fragmento de “El Juarismo” publicado en la revista Contenido,
Extra 8, de 1992. Serie “México de carne y hueso”.
*Por Armando Ayala Anguiano (+)
El 30 de mayo de 1848, el Congreso, después de aprobar el tratado que puso fin a la guerra entre México y Estados Unidos, eligió como presidente de la República al general José Joaquín de Herrera. Para sorpresa de los legisladores, el general declinó el honor arguyendo enfermedad. Por 81 votos a 6, el Congreso rechazó la renuncia, y cuando Herrera la reiteró, el cuerpo legislativo le dio órdenes terminantes de presentarse a recibir el cargo, a lo cual, el 3 de junio, accedió finalmente el agraciado.
Por primera vez en la historia del país, un ciudadano había sido materialmente obligado a sentarse en la silla presidencial, hecho muy revelador de lo inapetecible que resultaba el cargo.
De la infinidad de problemas que asaltaron inmediatamente a Herrera, el económico era el más angustioso. Durante la invasión, los norteamericanos ocuparon las aduanas y el gobierno estuvo privado de su principal fuente de ingresos.
Al amparo del desbarajuste bélico los contrabandistas introdujeron al país enormes cantidades de mercancías; por mucho tiempo sería innecesario realizar nuevas importaciones, de manera que no era razonable esperar prontos ingresos por este concepto.
Para ahorrar, Herrera redujo el ejército de 35 000 hombres a sólo 6 000 y a 273 los incontables miles de oficiales y jefes. También despidió a muchos burócratas y redujo el sueldo a muchos otros. Cada desplazado se convirtió en enemigo del régimen o se sumó por hambre a las gavillas de bandoleros que hacían punto menos que intransitables los caminos.
Los servicios públicos fueron desatendidos, a pesar de que por falta de brazos, había sido imposible recoger los esqueletos de hombres y caballos que tapizaban los campos de batalla.
Peor aún, el gobierno sufría el acoso de los diplomáticos europeos que con el apoyo de sus cañones reclamaban el pago de los 76 millones de pesos que adeudaba México al extranjero. Esto, en un año fiscal en que sólo se esperaba recibir 5.5 millones de pesos y se preveían egresos por 13.8 millones, era sencillamente imposible.
Momentáneamente Herrera salió de apuros rogando a Estados Unidos que adelantara 3 millones de pesos a cuenta de los 15 que debía pagar como indemnización por los territorios conquistados del Norte. Esta suma le permitió atender las necesidades más urgentes y hacer un pequeño pago a los ingleses, los acreedores más fuertes.
El gobierno luchó heroicamente y hasta logró una reducción de 25 millones en el adeudo, pero la situación era de pesadilla y 12 secretarios de Hacienda renunciaron sucesivamente. Hubo que pagar algo más a los extranjeros, hubo que soltar algunos pesos a las viudas de militares muertos que mendigaban sus pensiones en las oficinas públicas, y en un abrir y cerrar de ojos volaron los 15 millones de la indemnización.
La situación política no era menos catastrófica. De hecho, Herrera mandaba únicamente en el Distrito Federal. Los estados no sólo les negaban obediencia, sino que rehusaron entregar la participación en los impuestos que correspondía al gobierno federal. Como apuntó un escrito: “El pacto federal se había sustituido de hecho por una especie de confederación de repúblicas insolventes”. En los estados del Norte se jugó incluso con la idea de formar una “República de la Sierra Madre”, independiente de México.
En el Congreso, liberales y conservadores veían con envidia el hecho de que un moderado tuviera en sus manos la distribución del presupuesto. Herrera trató de congraciarse con las dos facciones.
Con los conservadores enviando al Papa 25 000 pesos del erario nacional para que se ayudara en la penosa necesidad que entonces sufría el Pontífice por sus pugnas con el Estado italiano.
Con los liberales, reivindicando para el gobierno mexicano la facultad que tuvo el rey de España de nombrar a los obispos del país, y reorganizando la Guardia Nacional, el ejército estatal al mando directo de los gobernadores liberales, que en conjunto sumaban 25 000 hombres contra los 6 000 de la federación. Ni unos ni otros agradecieron a Herrera el favor, y en cambio sí se indignaron por las concesiones hechas al rival.
Herrera hablaba de la necesidad del olvidarse del pasado como de una pesadilla y de recomenzar la vida con ánimos de avanzar. México había permanecido marginado a los progresos del siglo. Bajo el régimen de Herrera se transmitió el primer mensaje telegráfico en el país, se hizo una exhibición de alumbrado eléctrico y se iniciaron las obras para dotar a la capital de su primer servicio de agua entubada. La administración fue de una honestidad a prueba de todas las calumnias.
Nada de eso satisfacía a las facciones. El monarquista general Paredes, aliado a un cura español llamado Celedonio Jarauta, desató en el centro del país una revuelta ultraconservadora que apoyó un liberar guanajuatense, el oportunista Manuel Doblado.
En Querétaro, el general santanista Leonardo Márquez inició otra, Herrera logró aplastar ambas, pero sólo después de gastar en la lucha hasta el último centavo del erario.
*Fue un periodista e historiador, fundador de la revista Contenido.
Falleció el 15 de noviembre de 2013